Sexo Genuino versus Miseria Sexual

Cuando Lidia Falcón –partícipe en el Tribunal Internacional de Crímenes contra la Mujer de Bruselas- andaba documentándose para escribir una ponencia sobre prostitución hace cinco años, visitó unos cuantos burdeles y se quedó tristemente sorprendida.

Los clientes más habituales de los clubes eran hombres de 20 a 30 años, y a veces más jóvenes, que encontraban muy ameno ir allí a pasar un rato los fines de semana. De hecho, se citaban en el prostíbulo como irían a jugar a los bolos o a tomar unas copas en un bar. Cuando se les preguntaba por qué hacían eso, sólo contestaban que era muy divertido: “¡Ah, sí, sí…, aquí hay chicas majas, bueno, alguna está vieja, alguna está gorda”. Las valoraban como a los animales, según sus condiciones físicas. Y cuando advertían el reproche de Lidia, la miraban con extrañeza y le decían “¿Y a ti qué te pasa, tía?, tú estás muy reprimida, ¿no?”.

La última ponencia del Congreso de los Diputados sobre prostitución, que data de 2007, indicaba que en España había 400.000 prostitutas, y que el 90% ejercían esta actividad contra su voluntad. Eran cálculos sin base empírica que los sustentara (no hay estudios serios sobre esta cuestión), pero resulta chocante que se hayan dado por buenos y que, aun así, todavía se permita desarrollar una actividad en la que hay 360.000 esclavas.

Trata masiva

A decir verdad, la prostitución en España ha cambiado radicalmente en los últimos 15 años por los flujos migratorios. Antes era un mercado marginal o de lujo. La llegada de las inmigrantes amplió la oferta y la ‘democratizó’: más mujeres, más guapas, más jóvenes, más exóticas y más baratas. Cualquiera puede pagar 30 euros por media hora con una de ellas. Y en Barcelona ya hay africanas que cobran 7 euros por una ‘mamada’ o una masturbación en plena calle.

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Las chicas son compradas y vendidas, y obligadas a tener relaciones sexuales contra su voluntad durante 12 y 13 horas al día. A algunas las encierran bajo llave, a otras les dan palizas o violan hasta que anulan su voluntad, y en otros casos las amenazan con hacer daño a sus familias.

En España, el tráfico de mujeres es delito, pero la prostitución es alegal. Las autoridades no se atreven a tomar cartas en el asunto ni para regularla ni para prohibirla. Ni siquiera en el interior de los partidos hay consenso sobre la solución correcta.

La realidad es que los traficantes del Tercer Mundo traen a las chicas de sus países, y hay ciertos españoles desaprensivos, los propietarios de los clubes, que las explotan directamente. Las autoridades saben con exactitud dónde están los clubes (hay 2.500 en todo el país). ¿Por qué no hay un mayor control entonces?, ¿por qué no se hace una vigilancia constante para evitar que sean espacios en los que se esclaviza impunemente a las mujeres? Porque como la prostitución no está prohibida ni regulada, la policía no puede acosar de forma permanente a los locales.

Legalización

Desde hace algunos años, los sectores políticos e informativos de nuestro país están intentando convencer a la población de que hay que considerar la prostitución como un oficio igual que cualquier otro -perfectamente admisible socialmente-, y de que para ello resulta imprescindible legalizar su ejercicio.

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Los defensores de esta postura sostienen que, aunque hay muchas prostitutas que son víctimas del drama de la trata de personas, también hay muchas otras que ejercen su trabajo voluntariamente, y hay que respetar su derecho a hacerse cargo de su propia vida y de su propio cuerpo.

En esta línea, el pasado 25 de agosto, Elena Beltrán, profesora de Filosofía del Derecho en la Universidad Autónoma de Madrid, sostenía en ‘El País’ lo siguiente: “Sin dejar de atribuirle a la prostitución una influencia negativa en la persistencia de la imagen de subordinación de las mujeres y por tanto favorecedora de la desigualdad, la legalización y la regulación de la prestación de servicios sexuales puede ser deseable, toda vez que las mujeres que se prostituyen están mucho más desprotegidas en la clandestinidad y en la alegalidad”.

En mi opinión, sin embargo, la prostitución no puede ser considerada un oficio ni un empleo ni una tarea. Como indica Lidia Falcón en su ponencia ‘La prostitución: práctica y símbolo de la miseria de la sexualidad’, “de lo que se trata es de una explotación, la más grave de todas, porque afecta a lo más íntimo del ser humano, que es la sexualidad”. Y el estado ideal hacia el que hemos de dar nuestros pasos como sociedad implica la desaparición de la prostitución, o bien prohibiéndola o bien aboliéndola.

Víctimas

Los partidarios de la legalización afirman que las prostitutas que ejercen por elección escogen libremente el qué y el con quién. La libertad del pobre. El 99% de las prostitutas son pobres, y no tienen opciones laborales mejores. “En realidad”, indica Falcón, “excepto algunos personajes de ficción de ciertos escritores y cineastas que acunan inverosímiles fantasías y las vuelcan en sus creaciones –como Buñuel en ‘Belle de Jour’, aquella película completamente estúpida acerca de una señora de la burguesía que vivía muy bien en un ambiente refinado con un marido rico, pero a la que le gustaba ser prostituida y se disfrazaba de tal por las tardes en un burdel-, excepto en este escenario, producto de las fantasías masculinas de determinados frustrados sexualmente, nadie puede imaginarse que se sea prostituta por vocación ni por afición”.

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“Porque nadie puede ignorar que la miseria es la primera causa de inducción a la prostitución. Otras muchas más como la violación, el incesto y el engaño, siguen el mismo camino, y aplicar a tales motivaciones el término libertad es puramente una estafa”. “Las víctimas de esa explotación son siempre eso, víctimas, y para salvarlas el Estado tiene que destinar recursos (manutención, vivienda y sobre todo formación profesional)”.

“En el relato de las ‘Memorias de una prostituta francesa’, de los años setenta, la protagonista explicaba que en un periodo de su terrible vida, la mafia que la poseía en propiedad la había trasladado a un burdel de París al lado de Les Halles, donde estaba el mercado central. Los descargadores del mercado que llegaban a las 6 o las 7 de la mañana, primero se tomaban en el bar una bebida fuerte y luego se metían en el burdel. Descargaban en una mujer, a la que apenas le concedían la categoría de ser humano, su cansancio, sus frustraciones, el aburrimiento de una vida sin horizontes –exactamente igual que si se tomaran una bebida, una droga, un estimulante para poder seguir viviendo-“.

Dignidad

Al defenderse ahora en España la necesidad de equiparar la prostitución con el resto de oficios, predomina un criterio según el cuál la sexualidad es tan elemental como beberse un vaso de agua cuando uno tiene sed. “El Movimiento Feminista en la década de 1970 desencadenó un debate sobre la sexualidad que necesitamos y deseamos, para acabar con la explotación sexual en la mujer, y con la falta de respeto por su placer sexual. Pero en el día de hoy este debate se ha olvidado”.

“Porque considerar que la sexualidad se puede satisfacer pagándole a una persona que debe someterse, es corromper la sexualidad, es defender una sexualidad pervertida, completamente desviada de la función que tiene, que no solamente es una función fisiológica –y lo es-, sino también de comprensión, de comunicación y de plenitud del ser humano. Y esto conlleva una reflexión seria sobre la clase de seres humanos que deseamos ser”.

Canales abiertos por la Policía para colaboración ciudadana y para denuncia por parte de las víctimas de la trata de seres humanos:

¿Ferocidad… o felicidad?

De camino al trabajo, cada día, hago transbordo en Avenida de América para coger la línea 7. Y atravesando el pasillo que me lleva al andén, todas las tardes desde hace semanas, me topo con el cartel de una película que tiene pinta de ‘obra maestra’ (sic).

Hitman (asesino a sueldo) se llama la ‘maravilla’, y para promocionarla, los publicistas han elegido el primer plano de un joven con cara inexpresiva, que dispara dos pistolas al mismo tiempo -una con cada mano- como quien se bebe un vaso de agua. A su lado, eso sí, y para compensar la sequedad del ‘tipo duro’, una joven de melena leonina -y cómo no, en segundo plano- apunta también con un arma mientras la sostiene con las dos manos.

De manera subliminal, la publicidad nos ha vendido siempre la idea de que el ‘macho implacable’ es digno de admiración, pero confieso que hacía años que no me encontraba con un ejemplo tan explícito ni tan burdo. Mucho más si tenemos en cuenta que, junto al cartel de Hitman, en el pasillo del metro, el azar ha colocado la imagen de un niño que sufre y que se tapa la cara, en una lámina de la ONG Save the Children que dice: “la mitad de los refugiados son niños”.

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Precisamente ahora que los gobiernos europeos se sienten desbordados por la llegada masiva de personas que huyen para salvar sus vidas, deberíamos preguntarnos por qué, después de tantos siglos de Historia, el ser humano continúa ‘venerando’ la violencia y utilizándola como técnica preferente para la ‘resolución’ de conflictos. ¿No se trata, acaso, de un recurso torpe y zafio, propio de gallitos y bravucones?

Lo cierto es que, para valorar adecuadamente la existencia de otras alternativas a la guerra, es preciso abstraerse de la opinión pública predominante, que suele venir condicionada por los medios de comunicación y por las supersticiones de toda la vida. ¿Os habéis preguntado alguna vez por qué los telediarios sólo dan malas noticias?, ¿por qué centran nuestra atención en las catástrofes naturales, en los actos terroristas o en los asesinatos en serie?

Imagino que será porque el miedo vende, y porque además somete, y porque al fin y al cabo los medios de comunicación son empresas, y entre sus accionistas se encuentran las multinacionales y los mismos grupos de interés que siempre han ostentado el poder. Pero con todo y con eso, me encantaría que se arriesgaran a llamar nuestra atención, como consumidores de historias, con otro tipo de estímulos.

¿Por qué no se recoge en grandes titulares el trabajo ejemplar de los voluntarios que desinteresadamente han acudido a las fronteras de Austria y Hungría?, ¿por qué ha habido que esperar a que se le concediera el premio Nobel de la Paz a la sociedad civil tunecina para celebrar su victoria pacífica sobre el autoritarismo en 2011?, ¿por qué la ciencia, la cultura y las artes escénicas se tienen que conformar con 20 segundos escasos cada día en los espacios audiovisuales frente al cuarto de hora del fútbol?

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Hace un mes, en el programa Hoy por Hoy de la cadena SER, Jesús Núñez Villaverde, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria, responsabilizaba a Occidente de la situación que atraviesa hoy Siria. Según él, “Europa ha sostenido durante décadas a los dictadores de Oriente Próximo” para beneficiar a las industrias petrolífera y armamentística, y en el caso sirio, además, “no se le dio apoyo en 2011 a la gente que pacíficamente se manifestaba contra Al Asad”.

Por no haber actuado a tiempo en su momento, “la única salida rápida que queda ahora, desde un punto de vista militar, es una operación terrestre llevada a cabo por militares occidentales”, pero ni Europa ni EE.UU están dispuestos a poner en peligro a sus ejércitos. Por eso, “la violencia va a continuar, y la población civil va a seguir escapando”, y por eso, concluye, la Unión Europea tiene la obligación de atender las necesidades de los sirios que huyen de la guerra, como exige la carta de Derechos Humanos.

Poco después, el 29 de septiembre, el filósofo iraní y catedrático en la Universidad de Toronto Ramin Jahanbegloo, afirmaba en El País que “si los países europeos desean salvar vidas y hallar una solución a esta tragedia, deberían ofrecer el mejor ejemplo de humanidad y compasión, respetando la necesidad de protección de las personas más vulnerables del mundo”. Sin embargo, “cualquier posible autoridad moral ha desparecido en los campos de refugiados de Hungría y Austria, donde se trata a las personas peor que a los animales”.

Según el filósofo, la indiferencia europea ante esta tragedia se debe al ascenso del conformismo como actitud social, a la incertidumbre general, y sobre todo, a la erosión de la educación pública. “La falta de unos sentimientos compasivos y de urgencia comunes proviene de la ausencia de capacidad crítica”, explica. “El mundo de sufrimientos y tragedias de los inmigrantes que contempla hoy Europa está tan lejos de sus pensamientos como el más remoto planeta. Y esa lejanía, tan hueca de compasión, es la que hace que todo sea aún más trágico”.

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Jahanbegloo pone el dedo en la llaga de la supuesta autoridad moral que nos proporciona a los occidentales nuestro bienestar económico (comparativamente hablando, con el resto del mundo). E incide en la responsabilidad que conlleva esa posición. El reto es difícil, y como todos los retos difíciles, requiere de esfuerzo y compromiso.

Para empezar, como dice el filósofo, los gobiernos de los países avanzados no deberían escatimar jamás los recursos necesarios para sostener un sistema educativo público de primer orden, en el que la humanidad y la compasión se difundan como valores fundamentales. En el que se premien con el respaldo de toda la sociedad la empatía y la solidaridad, y en el que se denosten, también con la indiferencia y con el desprestigio sociales, tanto el uso de la violencia a pequeña escala como el recurso a la guerra a más alto nivel.

En un cambio de valores como el que es preciso para mejorar la calidad de vida de todos, la educación es el factor fundamental, sí, pero el papel de las instituciones y de los medios de comunicación –sin soslayar la libertad de prensa- también resulta prioritario.

Con la voluntad política y con el apoyo ciudadano que hacen falta, todavía estamos a tiempo de conseguir que el siglo XXI, caracterizado hoy en día por la movilidad internacional de seres humanos a gran escala (230 millones de personas se ven obligadas a emigrar cada día), se convierta en el siglo de la igualdad.

Hará falta recordar a todos que el que vence utilizando la violencia, nunca convence, y que esa victoria que le puede parecer valiosa de entrada, a la larga se convertirá en una victoria pírrica (el vencido no convencido siempre clamará venganza). Que los violentos, por renombrados que sean, andan muy lejos de ganar ningún tipo de gloria: tienen que vivir con su propia conciencia, y con la certeza de su miserabilidad. Que la fuerza no es humillar, sino resistir y continuar.

Y que como cantan los Monty Python, y como siempre dice mi amiga Begoña, el secreto de la felicidad está en vivir, dejar vivir, y mirar siempre el lado bueno de la vida:

Trastornos mentales inventados: la mentira de la genética (II)

La influencia de la industria farmacéutica en el pensamiento médico, que es determinante en la forma contemporánea de practicar y entender la Medicina, en ninguna especialidad lo es tanto como en la Psiquiatría1. Y no sólo define los tratamientos, sino también las propias concepciones diagnósticas. De hecho, es patente hoy en día la influencia en el pensamiento antropológico de la ideología de la neurociencia -generada y difundida por los laboratorios-, que reduce la Psiquiatría y la Psicología a una ciencia del cerebro.

En su estudio ‘La ideología de la Neurociencia’, el psiquiatra infantil Manuel Fernández-Criado nos recuerda que desde que en 1952 se descubrió el antipsicótico Clorpromazina, tenemos medicamentos que se dice que curan el trastorno mental2. La introducción del Prozac en 1988 también parece representar otro gran salto hacia delante, pero sin embargo, y aquí reside la paradoja, hoy en día hay muchísimos más enfermos mentales que antes.

Es más, desde la introducción del Prozac y de otras drogas de segunda generación, la cifra total de enfermos mentales en el mundo se ha multiplicado por tres. Y lo más perturbador es que toda esta peste se ha extendido a la población infantil.

En 1987 en España había 16.200 niños que cobraban la incapacidad permanente por enfermedad mental. Veinte años después, el número de niños incapacitados por esta causa se había multiplicado por dos. Mientras tanto, sin embargo, la cantidad de menores inscritos en las listas del INSS por otras minusvalías se redujo de 700.000 a 500.000. “Estamos asistiendo”, explica Fernández Criado, a una verdadera epidemia de enfermedad mental, tanto en niños como en adultos”.

En otro orden de cosas, la hipótesis popularizada de que en el trastorno mental encontramos un déficit de algún tipo de sustancia biológica en el cerebro, causante de los síntomas de este trastorno, es antigua. Esta idea se convirtió en una explicación aceptada científica y socialmente tras los trabajos de Shildkraut (1965) sobre la Reserpina, trabajos cuya contestación científica fue entonces ignorada3. La hipótesis fue elevada a axioma popular y los trabajos que la desmentían fueron echados al fondo del cajón. 

¿Cómo es posible entonces que dando una sustancia ajena al cerebro restauremos la ausencia de este producto cerebral responsable de la enfermedad? En este proceso existe un negocio más lucrativo que los grandes servicios financieros, a saber, la alianza entre la gran industria farmacéutica y la Psiquiatría, que se forjó allá por los años 704.

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La historia real de Germán

Germán es un chico de 14 años, que fue diagnosticado con trastorno por déficit de atención cuando tenía 4. El dictamen lo firmó un neurólogo ‘experto’ –cómo no- en problemas de Psiquiatría infantil, que a partir de entonces le prescribió estimulantes. A día de hoy, todavía ha sido imposible retirarlos del todo.

A los 5 años, el niño empezó a compaginar la medicación con un tratamiento de psicoterapia aplicado por el terapeuta Manuel Fernández Criado. Éste define al chico como una persona vivaracha, inquieta y cariñosa, con una cabeza prodigiosa para recordar detalles relacionados con los coches, y mucha sensibilidad al contacto físico. De hecho, busca ‘pelear’ con su terapeuta, y esto parece calmarle. La terapia ha estado condicionada siempre por un problema de agresión y de miedo a ser agredido.

Desde pequeño, la madre se obsesionó con su rendimiento escolar, por lo que recibió logopedia intensiva, y le llevó a que le hicieran estudios diversos. El neurólogo que le diagnosticó como TDA instruyó a la familia acerca de la naturaleza de esta ‘enfermedad crónica’, que requería el uso de fármacos de por vida a consecuencia de un supuesto déficit genético de neurotransmisores.

Germán se enfrenta a su propio narcisismo (la necesidad propia del ser humano de no ser ignorado –se trata de llamar la atención en positivo o en negativo, para acaparar el interés de los demás-), al abandono físico del padre, y a una forma de agresión específica y característica por parte de la madre y del medio. En concreto, la negación de la existencia de una mente y de un mundo interior en él, llevada a cabo a través de la negación de sus sentimientos y de su mundo interno. Éste ha sido sustituido –mediante una forma especial de negación y confusión en la mente materna- por una colección de transmisores, igual que sus vivencias y reacciones han sido sustituidas por alteraciones de tal o cual compuesto químico.

Esto da lugar a una suerte de agresividad externa e interna (contra sí mismo), y a un círculo de alexitimia (incapacidad de identificar las emociones propias y de darles expresión verbal) alimentado además por el fármaco.

Cuando Germán tenía 8 años, su madre sufrió una depresión clínica, y en el niño, que se hizo chivo expiatoria de la misma, los problemas de conducta comenzaron a hacerse cada vez más manifiestos. Con la terapia, la situación se fue conteniendo y evolucionando favorablemente. No obstante, se añadió un neuroléptico al estimulante, y el fármaco, que al principio produjo efectos beneficiosos, acabó dando lugar a tics complejos, intensos e invalidantes. Así pues, hubo que retirar ambos fármacos -pese a la reticencia de los padres-, y aunque los tics acabaron remitiendo, la inquietud se disparó, y se decidió administrar un nuevo medicamento.

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Tras muchos años de lucha, y después de ir retirando paulatinamente la medicación, Germán está a día de hoy con una dosis baja de un IRSR. Aunque familiarmente se le percibe patógenamente como un niño dañado, incapaz y enfermo, sus padres y hermanos han podido ir relacionándose con más cariño con él. Además, el propio niño ha logrado percibir algunas de sus identificaciones como proyecciones externas a él.

Germán lucha cada día contra la exigencia y falta de libertad que percibe. Pero cuando se le plantea a su familia la necesidad de acomodar la vida de Germán al ritmo del propio niño, sus padres responden que necesita más medicación, y amenazan con romper el tratamiento psicológico y llevarlo a un neurólogo para que lo medique ‘adecuadamente’.

Violencia consentida contra los menores

Desgraciadamente, la mayoría de estos niños están medicados sin criterio humano ni psicológico, como juguetes de un conglomerado de intereses que pilotan alrededor de la necesidad de negar la vida mental, la idiosincrasia y el valor del individuo.

El medicamento es utilizado fundamentalmente por neurólogos sin ninguna formación en Psiquiatría infantil ni pediátrica (incluso algunos de ellos se presentan como especialistas en este síndrome). En respuesta al fármaco, el niño ya no habla tanto ni interrumpe el ritmo de la clase. Si se le da una tarea, como el hacer problemas aritméticos, el niño podría centrarse en ello perfectamente. Los profesores y los padres, rellenando cuestionarios de conducta, ven la reducción de la actividad y de la inquietud del niño como una mejora. Sin embargo, nada de esto revela que el tratamiento en el fondo ayude al pequeño.

Los niños que toman estimulantes sienten un disgusto intenso por tomar pastillas. De hecho, varios investigadores informan del efecto sobre la imagen de sí mismo del niño que toma una medicación para funcionar de manera normal, como una imagen dañada por una percepción de ser malo o tonto si tiene que tomar una pastilla. El niño desconfía de su mente y de su cuerpo, de su propia habilidad de crecer y madurar, y cree que las pastillas hacen un efecto mágico y le convierten en un ‘niño bueno’5. En realidad, además, el medicamento aumenta la capacidad en tareas repetitivas y rutinarias que requieren atención sostenida, pero en el razonamiento y en la resolución de problemas, en el aprendizaje, no parece tener un efecto positivo.

Es más, en los 90, un equipo de expertos en TDA llevó  a cabo un gran estudio financiado por el Instituto Nacional de la Salud (NIMH) de EE.UU, desligado de intereses industriales, que indicó que al cabo de tres años tomando estimulantes, la medicación se convierte en un marcador significativo no de resolución beneficiosa, sino de deterioro social, académico y conductual6. Asimismo, la Universidad de Washington ha llevado a cabo un estudio de seguimiento de 8.700 niños prepuberales tratados con estimulantes en EE.UU, de los cuales la mitad terminaron desarrollando un trastorno bipolar generado por la medicación7.

  1. Carlat, D. (2010), ‘Unhinged-the trouble with psychiatry’, Free Press, Nueva York, Londres, Toronto, cap. 1, 3, 4, 5, 6, 7.
  2. Whitaker. R. (2010a), ‘The epidemic spreads to children, Anatomy of an epidemic’, cap. 11, Nueva York, Crown publishing group.
  3. Kirsch, I. (2009), ‘The Emperor’s new drugs’, Reino Unido, The Random House Group-Basic books, cap. 4.
  4. Angell, M. (2011), ‘The illusions of Psychiatry’, New York Review of Books, vol LVIII-13, p. 82.
  5. Stroufe, A. (1973), ‘Treatment of children with stimulants’, New England Journal of Medicine, 289, pp. 407-4013.
  6. Jensen, P. (2007), ‘3 Year follow upof the NIMH MTA study’, Journal of the American Academy of child-adolescent psychiatry, núm 46, pp. 989-1002.
  7. El-Mallakh (2002), ‘Use of antidepressants to treat depression in Bipolar Disorder’, Psychiatric Serrvices, núm 53 pp. 53-58. También en ‘Anatomy of an epidemic’, R. Whitaker (2010), NY, Crown, cap. 8.

Trastornos mentales inventados: la mentira de la genética (I)

La genética es al siglo XXI lo que la voluntad de Dios fue a la Edad Media. ¿Que desconoces las razones últimas por las que sueles ser tímido, agresivo o histriónico, y quieres una explicación rápida, cómoda y fácil de asimilar? Se lo atribuyes a la genética, aunque no haya pruebas científicas concluyentes que así lo corroboren (por mucho que las compañías farmacéuticas se empeñen en sembrar la sospecha de que hay marcadores biológicos para los ‘problemas’ emocionales, ninguna los ha podido encontrar), y ‘voilà’: ahí tenemos, por fin, la ‘justificación-comodín-para-todo’ que tanto ansiábamos encontrar.

La genética como explicación es un argumento sencillo, accesible y, lo que es más importante, tranquilizador. Uno se convence a sí mismo de que no tiene ninguna responsabilidad sobre sus propias actitudes y reacciones, y en consecuencia, de que no las puede cambiar. Ésa, de hecho, es la premisa que viene reforzando desde hace décadas el lobby internacional de la industria farmacéutica: “si la genética es la explicación, los antidepresivos y tranquilizantes son la única solución”.

Sin embargo, los especialistas independientes de todo el mundo confirman (la práctica clínica diaria así lo demuestra) que la configuración del carácter depende de una amplia multiplicidad de factores –entre los que destacan la influencia del entorno y la experiencia-, que el hecho de que se generen emociones más o menos problemáticas durante el desarrollo es natural y no depende de ningún tipo de trastorno neurobiológico, y que para aprender a manejar esas emociones se dispone de todo tipo de terapias psicológicas contrastadas y efectivas.

No vendas la piel del oso antes de cazarlo

El 15 de enero de 2012, ‘El País Semanal’ publicaba un reportaje denominado ¿Heredamos la felicidad?, en el que su autor, Luis Miguel Ariza, enumeraba diversas investigaciones realizadas durante los últimos años (la mayor parte de ellas norteamericanas) con el fin de ‘demostrarle’ al gran público que la lotería genética es la que te hace feliz o infeliz, y que más te vale haber tenido buena suerte en el sorteo, porque de lo contrario estás perdido.

El reportaje relata los casos de tres parejas de gemelos separados al nacer, que vivieron en ambientes diferentes, pero que desarrollaron caracteres similares. Son sólo tres casos, pero según la lógica del artículo, éstos describen ‘con rigor’ la forma en la que una presunta ‘genética cerebral’ decide y marca la personalidad de los seres humanos, independientemente de los factores psicosociales que hayan rodeado su desarrollo.

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Las investigaciones, financiadas por laboratorios farmacéuticos, han sido convenientemente difundidas a los medios de comunicación de todo el mundo bajo una apariencia pseudo-científica, que oculta su verdadera naturaleza especulativa.

En esta línea, el profesor de Economía Política de la Universidad de Londres Jean-Emmanuel De Neve (¿profesor de Economía Política?, sí, profesor de Economía Política) dice haber descubierto que un gen, llamado 5-HTTLPR, “podría ser el primer candidato a gen de la felicidad, aunque se trate de una pieza de una maquinaria genética mucho más grande”. Sin embargo, hasta el propio reportaje de ‘El País’, que no duda en dar credibilidad a este descubrimiento, reconoce que “la muestra estudiada en esta investigación es demasiado pequeña para llegar a conclusiones” (Meike Bartel, departamento de Biología y Psicología de la Universidad de Vrije, Amsterdam).

De hecho, y aunque la industria farmacéutica trata de imponer en los sistemas sanitarios de todo el mundo el criterio clínico de que ante la mayor parte de los síntomas emocionales hay que diagnosticar una enfermedad y aplicar un tratamiento farmacológico, las opiniones en contra tienen cada vez más cabida en los medios de comunicación occidentales.

En febrero de 2008, la Universidad de Hull, en Reino Unido, demostró que las pastillas  antidepresivas llamadas ‘de última generación’, como el Prozac y el Seroxat, no tienen más efecto en las personas que padecen depresión que las pastillas placebo (píldoras que, careciendo por sí mismas de acción terapéutica, producen algún efecto curativo en el paciente si éste las recibe convencido de que poseen realmente tal acción). “Esto significa”, decía entonces Irving Kirsch, responsable del estudio, “que las personas que sufren de depresión pueden mejorar sin tratamiento químico”.

Paliar las consecuencias sin tratar las causas

Un año después, en febrero de 2009, Leon Eisenberg, el famoso psiquiatra estadounidense que descubrió el llamado Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH), reconoció en el semanario alemán ‘Der Spiegel’ que este trastorno es en realidad “una enfermedad ficticia”. Según Eisenberg, “los psiquiatras deberían buscar las razones psicosociales que llevan a determinadas conductas, un proceso mucho más largo que prescribir una pastilla contra el TDAH.

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En este sentido, un grupo de representantes de los centros de salud mental infanto-juvenil de Cataluña hacía sonar todas las alarmas el pasado 29 de junio. Los profesionales exigían la retirada de un Protocolo para el Manejo del TDAH en el Sistema Sanitario Catalá, que acababa de ser publicado por la Generalitat de Catalunya.

Según el Protocolo -de obligado cumplimiento para todo el personal sanitario, independientemente de cuál sea su juicio clínico-, el TDAH es un trastorno del neurodesarrollo de origen neurobiológico (cuando no existen marcadores biológicos que evidencien esa causalidad), y debe ser tratado obligatoriamente con fármacos.

En respuesta a este Protocolo, los profesionales del sistema sanitario público en Cataluña han publicado un manifiesto que a 8 de septiembre ya ha sido suscrito por 1.187 particulares y por 47 instituciones.

Los firmantes del documento recuerdan que UNICEF ha alertado sobre la tendencia generalizada en España a prescribir medicación a niños diagnosticados como TDAH, y ha instado a adoptar iniciativas para proporcionar acceso, tanto a estos niños como a sus padres y maestros, a la amplia gama de tratamientos y medidas educativas y psicológicas que existen.

De hecho, recuerdan, “medicalizar los problemas que se manifiestan en las dificultades de aprendizaje y en el comportamiento es el resultado de paliar las consecuencias sin tratar sus causas”. Según la Agencia Europea de Medicamentos, el Metilfenidato, aplicado en TDAH, “puede presentar efectos cardiovasculares, y puede causar o exacerbar algunos trastornos psiquiátricos como la depresión, el comportamiento suicida, la hostilidad, la psicosis y la manía”.

¿Hasta cuándo van a seguir apretándonos las tuercas?

El domingo, los griegos decidirán entre susto o muerte: Continuar sometidos a las exigencias de los acreedores, que les asfixian hasta la extenuación, o caer directos al vacío, y sin paracaídas, en una suerte de muerte súbita que nadie ha conocido y cuyas consecuencias están por verse.

En su comparecencia de anoche en la televisión griega, Alexis Tsipras pidió a sus compatriotas que digan no a la propuesta europea. Una negativa, según él, que servirá para reforzar la posición griega en la negociación con los acreedores, pero que en realidad podría sacar a Grecia de la eurozona, con todo lo que eso significa.

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Si yo fuera griega y tuviera que votar el domingo, me decantaría por el sí sin reservas. Lo tengo claro. Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Que en Europa los reyes del austericidio tienen la sartén por el mango, y cualquier salida del sistema puede derivar en el caos más absoluto.

Pero como no soy griega, y permítanme el chiste, eso hoy por hoy me “congratula”, lo que  realmente más me preocupa son las reverberaciones que pueda tener el resultado del referéndum del domingo en los países de la cuenca mediterránea.

Si después de siete años de crisis económica, los trabajadores españoles hemos tenido que acostumbrarnos a llegar a fin de mes con sueldos de 600, 700 y 800 euros, y hemos alcanzado el segundo lugar en el ranking de países europeos con mayor tasa de pobreza infantil, ¿qué debemos esperar de una eventual salida del euro por parte de Grecia el domingo?

Solidaridad en los 50

¿Una nueva vuelta de tuerca en la reducción de nuestra calidad de vida?, ¿el apasionante nuevo reto de sobrevivir con asignaciones de 400 o 500 euros al mes? Hasta los expertos más optimistas calculan que el coste de financiación de los países de la periferia se multiplicaría por dos si la situación derivara en una salida de Grecia del euro.

En agosto de 1953, los acreedores de la deuda contraída por Alemania en el periodo de entreguerras y durante la postguerra de la Segunda Guerra Mundial, acordaron anular el 62% de esas obligaciones, lo que resultó clave para la reconstrucción del país.

El domingo pasado, el gobierno estadounidense instaba a Grecia y a los prestamistas internacionales a que llegaran a un acuerdo que incluyera “una posible quita de la deuda”, y es precisamente a ese punto al que quiere llegar Alexis Tsipras a base de tensar, quizá demasiado, la cuerda de las instituciones europeas.

La situación, en este punto, es incierta, y está llena de incertidumbres. Los griegos dicen ser muy europeístas, pero también son sensibles a las proclamas nacionalistas, y mucho más tras largos años de sacrificios sociales.

En cualquier caso, y sea cual sea el resultado del referéndum del domingo, las autoridades europeas deberían empezar a guiarse por un principio auténtico, y no sólo retórico, de solidaridad entre estados y entre personas. Porque si algún organismo podría hacer frente de manera eficaz a la dictadura de los mercados, ésa sería una Unión Europea con auténtica voluntad de cooperar y construir.

El aborto y otros derechos humanos

Un tuitero apodado @gerardotc colgaba el domingo pasado este mensaje en la Red:

– Han secuestrado 200 niñas en Nigeria.

– Tenemos que intervenir.

– ¿Militarmente?

– ¿Las niñas llevaban petróleo dentro?

– No.

– Pues con cartelitos.

Los seguidores de Gerardo retuiteamos el “chiste” más de 6.200 veces, e incluso lo marcamos como favorito otras 2.300. Qué impotencia la nuestra al comprender que, para los mandatarios internacionales, sigue habiendo causas humanitarias de primera categoría y causas humanitarias de segunda. Y que si eres una chica nigeriana de 17 años, de familia humilde y desamparada, más te vale que dejes de creer en los milagros y que vayas “apechugando” con el infortunio que te ha tocado.

A propósito de este secuestro, perpretado por una secta islamista que amenaza con vender a las jóvenes como esclavas, me he estado preguntando estos días por qué demonios la violencia contra las mujeres está presente, en mayor o menor medida, en todas las sociedades del planeta. Y, sobre todo, por qué la toleramos con tanta pasividad desde los acomodados países de Occidente.

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Ayer mismo, en ‘El País’, un reportaje espeluznante que no pude terminar de leer, recogía la experiencia de una mujer somalí a la que le habían practicado una ‘circuncisión faraónica’, la más brutal de las ablaciones. “No es una cuestión religiosa, porque va en contra del Islam”, decía una trabajadora social del Somali Women Development Center. “Es algo cultural que pasa de generación en generación”.

En un mundo construido a partir de intereses económicos y estratégicos, donde se considera que sólo merece la pena actuar en beneficio propio, ha hecho falta aplicarle una campaña de marketing al secuestro, para que los políticos europeos y norteamericanos enviaran a Nigeria a sus especialistas.

Poder de decisión elemental

En España, entretanto, seis ONG internacionales, entre ellas Human Rights Watch, le han enviado una carta conjunta a Alberto Ruiz-Gallardón para exigirle que retire el anteproyecto de ley con el que va a reformar la actual legislación del aborto. Las organizaciones le piden al Gobierno que garantice el acceso “sin obstáculos a servicios de aborto legales y seguros en el ejercicio de los derechos sexuales y reproductivos de la mujer, así como otros derechos humanos que la asisten”.

Curiosamente, la reforma incluye en su título una coletilla incomprensible y contradictoria que reza: “para la protección de los derechos de la mujer embarazada”. Como mujer, debo decir que los derechos de las mujeres embarazadas nunca serán ‘protegidos’ mediante la restricción del acceso a la interrupción voluntaria del embarazo ni mermando el poder de decisión elemental que tenemos sobre nuestra reproducción.

Volviendo nuevamente a la cuestión de la violencia de género, me pregunto por qué algunos gobiernos, la mayoría de las religiones, y determinados constructos sociales, se empeñan en controlar la sexualidad de las mujeres a toda costa.

Charlando hace años con un amigo biólogo sobre este tema, él me habló de una corriente teórica que sugería que los primates machos podrían tender a ser coercitivos con las hembras por pura cuestión genética. Sin embargo, la mayor parte de los científicos sociales rechazan de plano esta hipótesis, primero por sus invocaciones de determinismo psicológico (rechazables sobre todo en el caso de los seres humanos, cuyo comportamiento depende de muchos otros factores externos), y segundo porque no existen datos que respalden ese punto de vista.

Quienes me conocen, saben que soy fan incondicional (y pesada, disculpadme, lo sé) de la saga de libros sobre el Paleolítico ‘Hijos de la Tierra’. En ellos, Jean M. Auel mantiene la teoría de que las primeras familias humanas fueron matriarcales y, al mismo tiempo, poco jerárquicas. El estatus de cada individuo en la tribu provenía del de su madre, y se habían desarrollado vías para reducir la violencia que permeaban toda la sociedad.

Recientemente, se han desarrollado estudios etológicos sobre la conducta de un tipo de chimpancé llamado bonobo (chimpancé pigmeo) que refrendan precisamente la existencia de los primitivos matriarcados humanos. Estos estudios, libres de los estereotipos aplicados en investigaciones anteriores –denigrando la posición femenina-, muestran cómo entre los primates la hembra es la jefa de la familia, la que enseña, experimenta e inventa, y la que elige si quiere tener o no relaciones sexuales.

La mujer, como dadora de vida, siempre ha sido fuente de misterio y, en ocasiones, también de recelo. Como cuenta Nancho Novo en ‘El Cavernícola’, las primeras mujeres parecían estar en contacto con la magia y con las fuerzas ocultas. El hombre, entretanto, se ocupaba de proveer y de protegerla, a ella y a sus crías. Hasta que a algunos ‘tipos duros’ les picó el gusanillo de la inseguridad y decidieron que, para asegurarse de que los hijos de las hembras eran hijos de ellos y no de otros, más valía que las fueran atando en corto, y aquí paz y después gloria. Un abrazo.

La oportunidad de las elecciones europeas

Decía Mariano Rajoy esta mañana en la cadena SER que, según los datos del mes de abril de su Gobierno, el empleo presenta un balance muy positivo de 133.765 afiliados más a la Seguridad Social. Aun así, también admitía que se trata de una subida del empleo muy vinculada a la Semana Santa y con mucho empleo temporal.

Según el presidente, al final de la legislatura habrá menos parados y más afiliados que cuando llegó a La Moncloa, a pesar de que la tasa estaba en el 21,8% cuando ganó las elecciones, y el plan de estabilidad que ha enviado a la UE asegura que estará en el 23,1% al final de su mandato.

Se queja Rajoy, además, del negativismo que ve en la oposición y en la prensa: “No se puede ser un optimista absurdo, pero tampoco un cenizo, porque no corresponde a la realidad. Yo me he encontrado un país en quiebra, he tenido que superar el rescate, y lo sustancial es que hay un cambio de tendencia”.

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El presidente se empecina en mantener un discurso complaciente sobre la economía, que lamentablemente es desmentido una y otra vez por la inexorable realidad de las cosas. Decía ayer la Comisión Europea en sus previsiones de primavera que la salida de la crisis está plagada de obstáculos.

Cotas de desempleo inaceptables

No en vano, el asomo de la recuperación llega por fin a Europa tras una cura de austeridad sensacional que ha provocado una doble recesión. Y llega, además, prácticamente sin empleo, sabiendo que el paro apenas bajará durante este año y el próximo, y que la media seguirá por encima del 11% -con picos dignos de gran depresión en Grecia y en España-.

Entretanto, la OCDE (Organización para el Comercio y el Desarrollo Económico, que agrupa a los 34 países más ricos del mundo) advierte de que la recuperación en España es débil y lenta, y de que el desempleo seguirá este año y el que viene en cotas inaceptables: 25,4% en 2014, y sólo un punto menos en 2015.

De hecho, la economía europea cuenta una historia de dos reactivaciones. Por un lado, Alemania y sus satélites viven una crisis estupenda. Desde 2010 han visto cómo se hundían sus tipos de interés reales para financiar sus empresas a mínimos históricos. Por otro lado, la periferia –a la que Francia e Italia empiezan a acercarse en algún capítulo- presenta cifras más grises, un alivio desesperadamente lento y un horizonte cargado de nubes.

En este contexto, ahora que los recortes han llegado a Francia, el gobierno galo ha reavivado el debate sobre la necesidad de reinterpretar las estrictas reglas fiscales europeas con más laxitud, presionando al BCE para que cambie su política.

¿El sufrimiento es inevitable?

¿Qué mejor oportunidad para que los ciudadanos del sur exijamos que se aminore la carga de sacrificio que nos están imponiendo, que las elecciones al Parlamento del 25 de mayo? Como decía el profesor de Economía de ICADE José Carlos Díez en ‘El País’ el 18 de abril, “Merkel y Draghi (presidente del BCE) han conseguido imponer el mantra de que el sufrimiento del sur es inevitable (aunque sea opcional) para depurar los errores cometidos”.

Obama y Bernanke (presidente de la Reserva Federal) en EEUU, sin esta moral calvinista, han conseguido evitar la quiebra de todo su sistema financiero y crear ocho millones de empleos. Si los republicanos hubieran ganado las elecciones en 2008, habrían impuesto el austericidio y EEUU seguiría en crisis.

Como apunta José Carlos Díez, el ajuste en los países con problemas de déficit puede ser compensado con planes de estímulo europeos financiados con ‘Eurobonos’, esa herramienta prohibida en Alemania incluso para la SPD.

Los Eurobonos pueden usarse para crear una mesa de deuda, para mutualizar una parte de la misma, y para reestructurar las deudas que no se pueden pagar. Si los europeos imponemos con nuestro voto el uso de éste u otros mecanismos similares, la democracia funcionará, y saldremos del círculo vicioso en el que nos encontramos inmersos.

Otra forma de resolver la crisis es posible: Ni hace falta volver a caer en el despilfarro, ni es necesario aplicarse un austericidio. Ante la enorme magnitud de la bolsa de pobreza generada por los recortes, la política de la solidaridad se hace hoy más necesaria que nunca.

Neoliberalismo y descalificación

“Trivializar el drama del paro y decir que es una oportunidad para que el que no quiere trabajar saque algo, es un insulto a los millones de parados de este país y para tantos cientos de miles de hogares donde no entra ningún salario”. Estas declaraciones, realizadas en agosto de 2013 por el presidente de CSI-F (Central Sindical Independiente y de Funcionarios), cobran plena actualidad hoy.

Cuando Miguel Borra se expresaba de esa forma el año pasado, lo hacía en respuesta a la opinión de Juan Rosell, presidente de la CEOE, de que en España no hay seis millones de parados, de que las estadísticas españolas no son fiables, y de que sobran muchos funcionarios.

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Abundando en el mismo escepticismo sistemático de Rosell, la presidenta del Círculo de Empresarios, Mónica Oriol, atacaba ayer la actual prestación por desempleo, que según ella no incentiva la búsqueda activa de trabajo, y promueve el ‘parasitismo’ entre los parados.

De hecho, Oriol cree que el actual sistema proteccionista provoca que en España “nadie acepte un trabajo si tiene por delante dos años de prestaciones”. Por otro lado, y en relación a la existencia de un salario mínimo interprofesional de 645,30 euros al mes, la presidenta pide que éste le sea rebajado a los jóvenes sin formación, muchos de ellos empleados en la construcción y en el sector servicios.

Según Oriol, la ley “te obliga a pagar un sueldo a estos jóvenes aunque no valgan nada, hay que darles un dinero que no producen”, cuando en realidad no deberían recibir dicho salario “hasta que no produzcan lo que cuestan”.

Un solo rasero

Más allá de la libre expresión de sus consideraciones ideológicas, absolutamente legítima, la presidenta del Círculo de Empresarios cruzó ayer una línea roja que nunca debería ser franqueada por quienes ostentan en nuestro país un cargo de responsabilidad.

Me refiero a la línea del respeto y de la sensibilidad. Decir ante los medios de comunicación que los parados españoles no aceptan los trabajos que se les ofrecen y que tienden a ser parásitos, o afirmar que los jóvenes sin cualificación “no valen para nada”, es caer en el recurso fácil de la ofensa hacia quienes no pueden responder ni en los mismos términos ni en los mismos foros.

Es como si, en vista del procesamiento del expresidente de la CEOE, Gerardo Díaz Ferrán, o ante las denuncias de pagos en dinero negro por parte del vicepresidente de esta institución, Arturo Fernández, un representante de los parados españoles compareciera ante los medios para afirmar que todos los empresarios son unos casposos y que se saltan a la torera la legislación laboral.

Absurdo. Para evitar estos excesos en los medios, y teniendo en cuenta que nuestros políticos y representantes de todo tipo son muy poco dados a la rectificación, y menos aún a la dimisión, es necesario disuadirles del uso de expresiones ofensivas hacia colectivos concretos, mediante la iniciativa del ministerio fiscal, y con la aplicación inequívoca de todas las multas y sanciones que sean necesarias.

Picaresca y corrupción

“En Inglaterra, los campos son fértiles, los árboles son altos, pero el cielo es gris y húmedo. Aquí, en cambio, la tierra es árida, los campos, secos y cuarteados, pero el cielo es infinito y la luz, heroica”. Así es como describe España un personaje británico llamado Anthony Whitelands, protagonista de la novela de Eduardo Mendoza ‘Riña de gatos’, a su llegada a Madrid en la primavera de 1936.

“En el Reino Unido”, le cuenta por carta a su novia, “andamos siempre con la cabeza baja y la vista fija en el suelo; aquí, donde la tierra nada ofrece, los hombres andan con la cabeza erguida, mirando el horizonte. Es tierra de violencia, de pasión, de grandes gestos individualistas”.

Esta visión poética de la España central y meridional dice mucho de un carácter, el nuestro, forjado durante siglos en el extremismo (estereotipado como ‘pasión’ en el extranjero) y en la máxima no escrita de ‘sálvese quien pueda’, ‘maricón el último’.

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Hace unos años, de visita en Bruselas, tuve ocasión de comprobar cómo nuestras normas de comportamiento en sociedad difieren bastante de las de otros europeos. Acompañada por un grupo de periodistas de distintas nacionalidades, entré en una estación de metro dispuesta a hacer un trayecto de 20 minutos.

Lo primero que hice al entrar fue buscar con avidez los tornos de entrada. Miré a la izquierda, miré a la derecha, recorrí un ángulo completo de 360º. Pero allí no había tornos por ninguna parte. Para gran sorpresa mía y de otros compañeros españoles que también formaban parte de la expedición, en aquella estación no había nada que impidiera la entrada “libre y gratuita” de quien quisiera y cuando quisiera.

Arraigo del ‘yo primero’

Eso sí, dibujada en el suelo había una gruesa línea roja, acompañada por una advertencia escrita en la pared: “Estimados clientes”, decía el aviso, “a partir de este punto es necesario que compren ustedes un billete. Háganlo acercándose a la ventanilla, o utilizando las máquinas situadas a su derecha. En caso de que un revisor les solicite su tique y no dispongan de él, se verán obligados a abonar una multa de 125 euros”.

Por raro que parezca, allí todo el mundo se dirigía directamente a las “maquinitas” para adquirir sus tiques, y lo hacían –doy fe- por voluntad propia. “¿Y por qué compran el billete, si se puede pasar sin hacerlo?”, me preguntaba yo entonces. No había tornos, no había vigilantes, pero por alguna razón misteriosa, tanto los belgas como los franceses, alemanes y holandeses de nuestro grupo adquirían los tiques sin decir ni ‘mu’, y sin asomo alguno de cabreo o indignación.

“¿Pero qué pasa aquí?”, comentábamos entre nosotros los españoles, “¿que no se paga? Estos belgas están ‘chalaos’, te dibujan una línea en el suelo y se creen que vas a pararte, ¿pero la gente por qué paga?, pues yo no pago”. “Ni yo”, íbamos diciendo a coro, “ni yo tampoco”.

De hecho, en mi cabeza de hace 10 años no hubiera cabido de ninguna manera la idea de ceder y cumplir con las reglas. “Pero si me lo ponen ‘a huevo’ para que me cuele, ¿cómo no voy a aprovechar?, sería tonta si no lo hiciera”.

Actuar desde la base

De eso hace ya mucho tiempo, el suficiente para que haya comprendido que esa particularidad nuestra, esa necesidad apremiante de saltarnos las reglas cuando nadie nos mira o cuando no hay barreras, es algo aprendido, y no necesariamente compartido con los individuos de otras culturas.

En los países anglosajones, por ejemplo, las costumbres protestantes ensalzan la necesidad de esforzarse y de trabajar en favor de la comunidad. En el colegio está bien visto, y es habitual, que los niños avisen al profesor cuando un compañero copia o hace trampas: el que debe avergonzarse es el que no juega limpio, no el que lo denuncia. Nada que ver con nuestro viejo concepto del ‘chivato’, y menos con la tendencia española a encubrir al aprovechado.

Esta semana, sin ir más lejos, en el Reino Unido ha dimitido la ministra de Cultura, Maria Miller, por haber cobrado 7.000 euros por gastos parlamentarios cobrados indebidamente. Entretanto, en España, Esperanza Aguirre arrollaba con su coche la moto de un agente de Movilidad del Ayuntamiento, se daba a la fuga cuando iban a notificarle la denuncia, y celebraba una ‘tourné’ mediática para jactarse de la supuesta normalidad de su comportamiento.

Desde mi humilde opinión, y para combatir este tipo de actitudes con la firmeza que se merecen, hace falta actuar en dos frentes principales. Por un lado, promoviendo la cultura de la cooperación frente a la cultura de la competición, mediante campañas mediáticas y, sobre todo, educativas, de alto calado, promovidas desde el propio Gobierno.

El momento de crisis actual, tan poco favorable en todos los campos, es propicio sin embargo para colaborar y, en consecuencia, para difundir la cultura de la colaboración desde las instituciones hacia todos los colectivos que necesitan ayuda (desempleados, discapacitados, familias sin recursos, etc).

Por otro lado, el Gobierno debe tomar también la iniciativa en la aplicación de un plan implacable contra la corrupción, que no deja de ser la consecuencia última de la cultura de la picaresca de la que venimos hablando en este artículo. Un plan, como indicaba el año pasado el columnista de ‘El País’ José María Peláez, para que la Agencia Tributaria inspeccione con carácter permanente las cuentas de los representantes políticos de todas las administraciones, así como las de los partidos políticos.

Pacto de Estado en Educación

El martes pasado nos desayunábamos, como ocurre cada cierto tiempo, con el informe PISA de la OCDE, ése que siempre se nos indigesta a los españoles, por más que el tiempo pase y que los estudiantes se vayan sucediendo unos a otros.

En esta ocasión, lo que el informe ha revelado es que los alumnos españoles de 15 años están todavía peor preparados para enfrentarse a la vida diaria de lo que tradicionalmente han mostrado sus mediocres resultados en Matemáticas, Ciencias o Capacidad Lectora.

De hecho, están 23 puntos por debajo de la media de los países desarrollados (y 30 puntos por debajo de Francia, Italia y Alemania) en la resolución de problemas cotidianos, como programar un aparato de aire acondicionado, escoger la mejor combinación de metro para llegar a otro punto en una ciudad que no se conoce, o predecir el comportamiento de un robot de limpieza en una habitación.

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La razón principal, según el analista de la OCDE Pablo Zoido, es que «la educación en España no da la oportunidad a los alumnos de ser creativos, hace falta una transformación de todo el sistema más acorde con lo que los mercados laborales demandan: pensamiento crítico, creatividad, intuición, trabajo en grupo, etc».

Sin embargo, como indicaba ayer el editorial de ‘El País’, los responsables a nivel político no parecen ser conscientes del drama: «Se ha perdido demasiado tiempo en luchas ideológicas estériles sobre el papel que debe tener la religión en la escuela o sobre qué valores se han de transmitir, en lugar de buscar el consenso necesario para dar el vuelco que la educación necesita».

Derribando tópicos

Mientras el Gobierno decide destinar cada vez más dinero público a los centros privados y concertados, los recortes aplicados desde 2009 en la educación pública se han llevado ya por delante a 61.000 profesionales, según un estudio realizado por CC.OO.

Ahora, en cambio, la OCDE advierte de que en España los alumnos de bajo origen social lo hacen igual de bien que sus homólogos europeos (en otras pruebas de PISA incluso claramente mejor), pero los hijos de los grupos socioeconómicamente favorecidos obtienen peores resultados.

Según José Saturnino Martínez, autor de ‘Estructura social y desigualdad en España’, «en la desigualdad de resultados educativos intervienen dos tipos de factores, los relacionados con la capacidad individual para el estudio y las diferencias socioeconómicas entre las familias. Si logramos compensar mediante el sistema educativo las dificultades de provenir de una familia humilde, sólo operarán las diferencias individuales».

Por otro lado, la OCDE también señala que los alumnos inmigrantes en España se desenvuelven mejor que los españoles de su mismo nivel académico en la resolución de problemas cotidianos. De hecho, les han sacado 17 puntos. Los analistas de la OCDE añaden que, si España aprovechara el potencial de este alumnado, mejorarían los resultados de nuestro país en la evaluación PISA.

Generosidad institucional

«Hace falta un cambio radical en la metodología de la enseñanza» decía el miércoles la secretaria de Estado de Educación, «para superar modelos anticuados basados sólo en la memorización». Sin embargo, las palabras se las lleva el viento, y las reformas educativas partidistas que hasta ahora han promovido los diferentes Gobiernos, sólo han servido para reforzar las inercias didácticas que nos han llevado a este punto.

Como decía ayer ‘El País’ en su editorial, lo que la educación requiere con premura es «un pacto de Estado que permita alcanzar un diagnóstico fiable de las carencias que tenemos y aplicar los cambios necesarios». Todo ello sin olvidar que hay que afrontar también una serie de cambios culturales y éticos indispensables para mejorar la conducta de los jóvenes.

Por un lado, como indicaba esta semana una profesora del colegio privado Liceo Europeo de Madrid, «la sociedad española es demasiado protectora con sus hijos; cuando nos visitan chicos de Francia o Alemania, nos damos cuenta de que son mucho más autónomos y resolutivos, y un chico que no es autónomo, no planifica, no organiza».

Por otro lado, Ildefonso Méndez, profesor de la Universidad de Murcia, considera que hay que relacionar el bajo rendimiento con la Encuesta Mundial de Valores. Ésta pone de manifiesto que en España la perseverancia o la buena disposición a intentar resolver problemas complejos no interesa tanto como debería. «Y lo que interesa no conduce ni al éxito educativo ni al éxito laboral», lamenta Méndez.