El domingo, los griegos decidirán entre susto o muerte: Continuar sometidos a las exigencias de los acreedores, que les asfixian hasta la extenuación, o caer directos al vacío, y sin paracaídas, en una suerte de muerte súbita que nadie ha conocido y cuyas consecuencias están por verse.
En su comparecencia de anoche en la televisión griega, Alexis Tsipras pidió a sus compatriotas que digan no a la propuesta europea. Una negativa, según él, que servirá para reforzar la posición griega en la negociación con los acreedores, pero que en realidad podría sacar a Grecia de la eurozona, con todo lo que eso significa.
Si yo fuera griega y tuviera que votar el domingo, me decantaría por el sí sin reservas. Lo tengo claro. Más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Que en Europa los reyes del austericidio tienen la sartén por el mango, y cualquier salida del sistema puede derivar en el caos más absoluto.
Pero como no soy griega, y permítanme el chiste, eso hoy por hoy me “congratula”, lo que realmente más me preocupa son las reverberaciones que pueda tener el resultado del referéndum del domingo en los países de la cuenca mediterránea.
Si después de siete años de crisis económica, los trabajadores españoles hemos tenido que acostumbrarnos a llegar a fin de mes con sueldos de 600, 700 y 800 euros, y hemos alcanzado el segundo lugar en el ranking de países europeos con mayor tasa de pobreza infantil, ¿qué debemos esperar de una eventual salida del euro por parte de Grecia el domingo?
Solidaridad en los 50
¿Una nueva vuelta de tuerca en la reducción de nuestra calidad de vida?, ¿el apasionante nuevo reto de sobrevivir con asignaciones de 400 o 500 euros al mes? Hasta los expertos más optimistas calculan que el coste de financiación de los países de la periferia se multiplicaría por dos si la situación derivara en una salida de Grecia del euro.
En agosto de 1953, los acreedores de la deuda contraída por Alemania en el periodo de entreguerras y durante la postguerra de la Segunda Guerra Mundial, acordaron anular el 62% de esas obligaciones, lo que resultó clave para la reconstrucción del país.
El domingo pasado, el gobierno estadounidense instaba a Grecia y a los prestamistas internacionales a que llegaran a un acuerdo que incluyera “una posible quita de la deuda”, y es precisamente a ese punto al que quiere llegar Alexis Tsipras a base de tensar, quizá demasiado, la cuerda de las instituciones europeas.
La situación, en este punto, es incierta, y está llena de incertidumbres. Los griegos dicen ser muy europeístas, pero también son sensibles a las proclamas nacionalistas, y mucho más tras largos años de sacrificios sociales.
En cualquier caso, y sea cual sea el resultado del referéndum del domingo, las autoridades europeas deberían empezar a guiarse por un principio auténtico, y no sólo retórico, de solidaridad entre estados y entre personas. Porque si algún organismo podría hacer frente de manera eficaz a la dictadura de los mercados, ésa sería una Unión Europea con auténtica voluntad de cooperar y construir.