Exprimidos

El hijo de mi amiga Catalina se llama Dani y tiene 8 años. Es un crío alegre y brillante, el primero de la clase, tan capaz de ‘tumbarte’ con un razonamiento como de hacer que te ‘mees’ de la risa.

Cuando todavía era un bebé y aún estaba con los primeros pasos, ya pronunciaba mi nombre de cabo a rabo: “Ma-nue-la”, que ya es difícil, sin recortar ni una sílaba. Quizá fuera por lo bien que lo decía, y un poquito también por halago personal, pero el caso es que pronto se convirtió en mi ‘sobrino’ favorito.

Dani y sus padres fueron la semana pasada a un hospital público de la ciudad de Madrid para que le hicieran al niño una revisión médica. El pequeño tiene una enfermedad, de las denominadas ‘raras’ o ‘minoritarias’, que se llama Síndrome de Sotos, y que requiere de seguimiento permanente.

Los padres, divorciados, acudieron -como es lógico- en dos coches diferentes. Aparcaron en la zona azul que hay detrás del edificio principal, porque el parking del hospital es dos veces más caro que el SER (Servicio de Estacionamiento Regulado), y no hay más opciones.

Tanto Catalina como su exmarido depositaron en el parquímetro la cantidad correspondiente a una hora y media de estacionamiento (1,70 euros aproximadamente), suponiendo que les sobraría tiempo. Entraron en el área de Psiquiatría infantil (en ocasiones, los afectados por el Síndrome de Sotos presentan rasgos psicológicos poco comunes) y se encontraron con que el inicio de la consulta sufría una demora de más de 45 minutos.

Una vez dentro, el especialista examinó al niño, realizó las pruebas necesarias, y mantuvo una larga conversación con los tres miembros de la familia. Comprendieron durante el desarrollo de la visita que hacía falta que los tres permanecieran juntos en la consulta, la sustitución de los tiques del parquímetro iba para largo.

De vuelta a los coches, aparcados en la zona azul, lo que en principio habían previsto que iba a ser una hora y media de aparcamiento se había convertido en cerca de tres. Los agentes del SER habían colocado en cada vehículo una multa de 30 euros.

Según el diario El País, los usuarios de los aparcamientos en cuatro centros públicos de la ciudad de Madrid (La Paz, Nuestra Señora de la Concepción, Ramón y Cajal y Doce de Octubre) tienen que pagar cantidades superiores al doble de la tarifa del SER si quieren dejar su coche en los estacionamientos del hospital.

La única alternativa posible es el propio SER, que a la carga económica le añade el estrés emocional de tener que andar cambiando el tique del parquímetro cada cierto tiempo. ¿Dónde queda en este contexto el usuario medio de los hospitales, dónde queda el enfermo? Exprimido, cuando no arruinado, por el oportuno monstruo de la crisis y por sus secuaces, los especuladores.

1 comentario en “Exprimidos

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