¿Ferocidad… o felicidad?

De camino al trabajo, cada día, hago transbordo en Avenida de América para coger la línea 7. Y atravesando el pasillo que me lleva al andén, todas las tardes desde hace semanas, me topo con el cartel de una película que tiene pinta de ‘obra maestra’ (sic).

Hitman (asesino a sueldo) se llama la ‘maravilla’, y para promocionarla, los publicistas han elegido el primer plano de un joven con cara inexpresiva, que dispara dos pistolas al mismo tiempo -una con cada mano- como quien se bebe un vaso de agua. A su lado, eso sí, y para compensar la sequedad del ‘tipo duro’, una joven de melena leonina -y cómo no, en segundo plano- apunta también con un arma mientras la sostiene con las dos manos.

De manera subliminal, la publicidad nos ha vendido siempre la idea de que el ‘macho implacable’ es digno de admiración, pero confieso que hacía años que no me encontraba con un ejemplo tan explícito ni tan burdo. Mucho más si tenemos en cuenta que, junto al cartel de Hitman, en el pasillo del metro, el azar ha colocado la imagen de un niño que sufre y que se tapa la cara, en una lámina de la ONG Save the Children que dice: “la mitad de los refugiados son niños”.

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Precisamente ahora que los gobiernos europeos se sienten desbordados por la llegada masiva de personas que huyen para salvar sus vidas, deberíamos preguntarnos por qué, después de tantos siglos de Historia, el ser humano continúa ‘venerando’ la violencia y utilizándola como técnica preferente para la ‘resolución’ de conflictos. ¿No se trata, acaso, de un recurso torpe y zafio, propio de gallitos y bravucones?

Lo cierto es que, para valorar adecuadamente la existencia de otras alternativas a la guerra, es preciso abstraerse de la opinión pública predominante, que suele venir condicionada por los medios de comunicación y por las supersticiones de toda la vida. ¿Os habéis preguntado alguna vez por qué los telediarios sólo dan malas noticias?, ¿por qué centran nuestra atención en las catástrofes naturales, en los actos terroristas o en los asesinatos en serie?

Imagino que será porque el miedo vende, y porque además somete, y porque al fin y al cabo los medios de comunicación son empresas, y entre sus accionistas se encuentran las multinacionales y los mismos grupos de interés que siempre han ostentado el poder. Pero con todo y con eso, me encantaría que se arriesgaran a llamar nuestra atención, como consumidores de historias, con otro tipo de estímulos.

¿Por qué no se recoge en grandes titulares el trabajo ejemplar de los voluntarios que desinteresadamente han acudido a las fronteras de Austria y Hungría?, ¿por qué ha habido que esperar a que se le concediera el premio Nobel de la Paz a la sociedad civil tunecina para celebrar su victoria pacífica sobre el autoritarismo en 2011?, ¿por qué la ciencia, la cultura y las artes escénicas se tienen que conformar con 20 segundos escasos cada día en los espacios audiovisuales frente al cuarto de hora del fútbol?

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Hace un mes, en el programa Hoy por Hoy de la cadena SER, Jesús Núñez Villaverde, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria, responsabilizaba a Occidente de la situación que atraviesa hoy Siria. Según él, “Europa ha sostenido durante décadas a los dictadores de Oriente Próximo” para beneficiar a las industrias petrolífera y armamentística, y en el caso sirio, además, “no se le dio apoyo en 2011 a la gente que pacíficamente se manifestaba contra Al Asad”.

Por no haber actuado a tiempo en su momento, “la única salida rápida que queda ahora, desde un punto de vista militar, es una operación terrestre llevada a cabo por militares occidentales”, pero ni Europa ni EE.UU están dispuestos a poner en peligro a sus ejércitos. Por eso, “la violencia va a continuar, y la población civil va a seguir escapando”, y por eso, concluye, la Unión Europea tiene la obligación de atender las necesidades de los sirios que huyen de la guerra, como exige la carta de Derechos Humanos.

Poco después, el 29 de septiembre, el filósofo iraní y catedrático en la Universidad de Toronto Ramin Jahanbegloo, afirmaba en El País que “si los países europeos desean salvar vidas y hallar una solución a esta tragedia, deberían ofrecer el mejor ejemplo de humanidad y compasión, respetando la necesidad de protección de las personas más vulnerables del mundo”. Sin embargo, “cualquier posible autoridad moral ha desparecido en los campos de refugiados de Hungría y Austria, donde se trata a las personas peor que a los animales”.

Según el filósofo, la indiferencia europea ante esta tragedia se debe al ascenso del conformismo como actitud social, a la incertidumbre general, y sobre todo, a la erosión de la educación pública. “La falta de unos sentimientos compasivos y de urgencia comunes proviene de la ausencia de capacidad crítica”, explica. “El mundo de sufrimientos y tragedias de los inmigrantes que contempla hoy Europa está tan lejos de sus pensamientos como el más remoto planeta. Y esa lejanía, tan hueca de compasión, es la que hace que todo sea aún más trágico”.

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Jahanbegloo pone el dedo en la llaga de la supuesta autoridad moral que nos proporciona a los occidentales nuestro bienestar económico (comparativamente hablando, con el resto del mundo). E incide en la responsabilidad que conlleva esa posición. El reto es difícil, y como todos los retos difíciles, requiere de esfuerzo y compromiso.

Para empezar, como dice el filósofo, los gobiernos de los países avanzados no deberían escatimar jamás los recursos necesarios para sostener un sistema educativo público de primer orden, en el que la humanidad y la compasión se difundan como valores fundamentales. En el que se premien con el respaldo de toda la sociedad la empatía y la solidaridad, y en el que se denosten, también con la indiferencia y con el desprestigio sociales, tanto el uso de la violencia a pequeña escala como el recurso a la guerra a más alto nivel.

En un cambio de valores como el que es preciso para mejorar la calidad de vida de todos, la educación es el factor fundamental, sí, pero el papel de las instituciones y de los medios de comunicación –sin soslayar la libertad de prensa- también resulta prioritario.

Con la voluntad política y con el apoyo ciudadano que hacen falta, todavía estamos a tiempo de conseguir que el siglo XXI, caracterizado hoy en día por la movilidad internacional de seres humanos a gran escala (230 millones de personas se ven obligadas a emigrar cada día), se convierta en el siglo de la igualdad.

Hará falta recordar a todos que el que vence utilizando la violencia, nunca convence, y que esa victoria que le puede parecer valiosa de entrada, a la larga se convertirá en una victoria pírrica (el vencido no convencido siempre clamará venganza). Que los violentos, por renombrados que sean, andan muy lejos de ganar ningún tipo de gloria: tienen que vivir con su propia conciencia, y con la certeza de su miserabilidad. Que la fuerza no es humillar, sino resistir y continuar.

Y que como cantan los Monty Python, y como siempre dice mi amiga Begoña, el secreto de la felicidad está en vivir, dejar vivir, y mirar siempre el lado bueno de la vida:

4 comentarios en “¿Ferocidad… o felicidad?

  1. Dice la sabiduría oriental que la persona que en una discusión sea la primera en usar la violencia (física o verbal) contra el otro demostrará que sus ideas le han abandonado y por tanto se ha quedado sin argumentos, ha «perdido». Convendría aplicarse un poco de esta forma de ver las cosas.
    Del resto…son muchos temas los que has tocado y que dan para charlar largo y tendido. El miedo, ese gran controlador de conductas y creencias. El morbo intrínseco del ser humano…no sé si recuerdas esa primera escena de «Tesis»: accidente/suicidio en el metro, y la inevitable necesidad de mirar a las vías, para ver el cadáver. No sé si tenemos salvación..ojalá se cumpliera lo que deseas, a mí también me gustaría.

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  2. Muy buen artículo Manuela. La verdad es que el cartel de la mencionada película es poco menos que deleznable, pero como comentas es sólo la punta del iceberg de nuestra escala de valores. Y el trato a los refugiados como objetos de compasión…. ese falso paternalismo…

    Muchas gracias!

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  3. Gracias a ti por el comentario, Jorge. Es una pena que un mes después de que publicara el artículo, tengamos que volver a hablar otra vez de violencia, al hilo de la masacre de París. Se nos olvida que la semana pasada murieron 100 inocentes en un ataque en Líbano, 500 en Palestina y 200 en Yemen. En 2014, además, murieron 400.000 personas en Siria, y hace cinco años, un millón y medio en Irak. Sin embargo, seguimos sin educar a nuestros niños para el amor ni para la paz. Como he leído hoy en FB, al niño le dicen que debe ser el mejor, en lugar del más feliz, fomentando en él la envidia y la competencia. La competencia, sin embargo, es el inicio de cualquier guerra.

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